Olor a metralla

Se levantaba una bruma inquieta llena de dolorosa cordura que calaba sus huesos. No llovía, pero había un ambiente húmedo que hacía que las sábanas se pegaran a su piel convirtiéndose en su ropa. Podría rogar al cielo que le diera fuerzas para mentirse un poco más, pero se tropezó con el camisón del suelo consiguiendo así que la joven se estrellara contra la luna.

Levantándose de su ensueño y abandonando a la dama de la noche, apagó las velas del cuarto, y en un rito hecho hábito, huyo de otros brazos para poder besar la libertad que se estaba negando a la otra mitad de la población. 

Las mujeres de su tiempo tenían que pagar un precio bastante alto para poder ser consideradas humanas, cerró los ojos y colocó sus manos en su vientre: nunca podría formar una familia.

Se colocó sus ropajes y danzando en lágrimas se deslizó por las calles para formar parte de los piquetes que pedían el voto de la mujer. Nunca pudo adivinar que a la vuelta de la esquina, la Segunda Guerra Mundial la esperaba impaciente con un horroroso olor a metralla.

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